Editorial El Descamisado Nro. 18
MEJORES OJOS PARA VER LA PATRIA…
“La tierra no puede ser un bien de renta en nuestro país. El que tiene tierra tiene que sacarle el jugo, porque ella es la riqueza del Estado. El día que pueda ponerse la tierra al alcance de la gente se solucionará el problema (…) encarado y resuelto este problema, no habrá un solo argentino que no tenga derecho a ser propietario de su propia tierra».
Juan Domingo Perón, noviembre de 1944
En las últimas casi cuatro décadas, el pueblo y sus organizaciones fueron diezmados y, en consecuencia, la comunidad trabajadora ha sido fragmentada, precarizada, esclavizada y excluida. La otrora “columna vertebral” está fracturada, el movimiento es algo así como un holograma caricaturesco, y la justicia social de otros tiempos empieza a asemejarse a postales en sepia.
En este trayecto hacia el infierno no ha quedado ciudad en nuestros territorios sin la presencia de villas miserias, asentamientos y aglomeraciones humanas propiciatorias de una existencia degradada, en la que el consumo de agua, alimentos, energía y servicios sanitarios son propios de condiciones de esclavitud, centrifugados hacia niveles de violencia inusitados.
Comparado con la dignidad conquistada por generaciones anteriores y mantenidas hoy en acciones de resistencia por algunos sectores, el diagnóstico de la realidad actual no puede ser otro que el de catástrofe. Escenarios nacionales de posguerra en otras latitudes y culturas, no han reclamado de sus hijos penurias mayores que las nuestras. Si un destino de grandeza de patria y la definitiva implantación de una justicia social irrestricta fuesen la recompensa inmediata o lejana de nuestros males, ¿qué duda cabe de que aceptaríamos estos y mayores sacrificios en silencio?
Próximos a cumplir los 30 años de la “normalización democrática” no hay nada nuevo debajo del sol, o en el mejor de los casos un nuevo ropaje que disfraza lo viejo, con una retórica audiovisual sofisticada, una gestualidad huérfana de realizaciones fecundas; con manifestaciones espasmódicas de la angustia de no ser aquello que la palabra enuncia. La realidad efectiva en marcha de una Nación con justicia social está ausente.
Hay una Argentina que navega y otra que se ahoga
No menos de 8 millones de trabajadores y sus familias permanecen sometidos a salarios y condiciones de trabajo degradantes, otro tanto no escapa al infierno de la exclusión, mientras que un sector minoritario de la totalidad de esa clase trabajadora, remunerada por encima del límite de lo necesario para una subsistencia digna, debe tributar un impuesto confiscatorios a “las ganancias” por la percepción de su salario.
Nuestra dignidad no reconoce medidas en las abstracciones retóricas “modelo”, “inclusión”, “derechas”, “izquierdas”, “progreso”, “gobernabilidad” y demás charlatanerías de lenguaraces del privilegio; conocemos la dignidad en cuya conquista participamos, en la exacta medida en la que fue usurpada. En lo inmediato no pretendemos mucho más, pero no nos conformamos con menos.
Los síntomas de agotamiento de la fase histórica iniciada en los comienzos de la década pasada son elocuentes, y sus limitaciones manifiestas. Valga como comprobación de lo dicho que el último recurso discursivo en su defensa no puede más que recurrir a la “memoria corta” de dónde venimos, y nada de diagnóstico ni mucho menos de propuestas de futuro. La desertificación dirigencial de la clase política es alarmante, hecho que fortalece en el corto plazo a los circunstanciales operadores del statu quo, pero que los debilita al mismo tiempo hacia el mediano y largo plazo. El acontecer del proceso real social y político no se ve reflejado en los discursos públicos, los que obstinadamente permanecen aferrados a identidades ideológicas y categorías de análisis del siglo pasado.
De este modo abundan los disparates; desde definir a la práctica del actual gobierno nacional como sucesor legítimo de lo que se conociera como la Organización Peronista Montoneros, hasta identificar a dirigentes sindicales representativos de su sector como sucedáneos de la Triple A mientras al mismo tiempo se encubre a un ex profeso agente del Batallón de Inteligencia 601, pasando por confundir los propósitos políticos de los militantes masacrados en el genocidio en la década del setenta del siglo pasado con los de sus familiares en la exigencia de justicia y verdad. Pareciera que allá, en los acontecimientos sucedidos cuarenta o cincuenta años atrás, todavía permaneciera encerrada en una “cárcel de tiempo” alguna piedra filosofal que nos facilitaría la comprensión y el conocimiento del pasado y del futuro, del bien y del mal.
De parte del oficialismo, si se observa con cuidado, no hay ningún “relato” tal como alegan propios y extraños. Más bien han instalado una especie de liturgia evocativa, fundada en algo que llaman “memoria”, la que queda exenta de objetividad y se compone de recuerdos inventados, ignorancias adquiridas, de signos y símbolos, de imágenes emblemáticas, las que como no puede ser de otra forma son fatalmente polisémicas, en tanto se puede acomodar el significado y empleo a las necesidades de la coyuntura.
Pero a su vez sucede que este subjetivismo ficcional o imaginario carece de subjetividad real, no tiene metas, pierde la tensión del rumbo, se esteriliza por sí solo. De este modo “el mito” decanta, se autonomiza y se reproduce indefinidamente en sórdidas fantasías. Ya no hay norma fundante, todo queda librado a una eterna improvisación grotesca de lo que supuestamente sucedió y de lo que supuestamente alguien hizo o dejó de hacer. Mientras, se precipitan en el ineludible presente las urgencias y necesidades de la realidad…que como sabemos es la única verdad.
Por su parte, la llamada oposición –con excepción de dignas y honradas, aunque minoritarias expresiones- no se caracteriza precisamente por sus capacidades propositivas, quién más quién menos, no escapa de proponer recetas sustancialmente similares a las que se encuentran en danza, con el agravante que ni “relato” tienen y si lo tienen es impronunciable.
En medio de todo esto hay una gigantesca acción política vacante, que clama por encauzar la marcha de la organización popular hacia el horizonte apuntado por la fe en convicciones irrenunciables; lajusticia social a través de una democracia participativa y protagónica, superadora de esta agotada democracia representativa.
Dar un salto gigantesco en la infraestructura de transporte, comunicaciones y energía. Promover la investigación y tecnología sobre desarrollos fecundos rurales y urbanos. O sea que no se trata ya de empezar desde el principio, sino ¡desde antes del principio! No debemos resignarnos a un destino de mera factoría de actividades extractivas, granos, petróleo, minerales, madera, pesca, agua, y sus consecuentes pérdidas de soberanía y deterioro ambiental.
Más de 100 millones de hectáreas hoy sometidas a los designios delirantes de un minúsculo grupo de familias empresarias, de espíritu faccioso y temperamento rapaz, deberán subordinarse al soberanopueblo argentino para la implementación de políticas de Estado de una irrestricta e innegociablejusticia social, para que de una vez por todas emerja sobre la faz de la tierra “una nueva y gloriosa Nación”.
La tenencia y explotación de la tierra, o sea la forma como se vincula jurídicamente el pueblo trabajador con ella, tiene una importancia fundamental en la estructura económica del país, ya que la ocupación eficaz del territorio y las posibilidades de su desarrollo inciden directamente en la prosperidad económica y en el bienestar social de una zona, región o país.
En esta perspectiva y con diagnósticos validados, caben algunas recopilaciones históricas para la reflexión de políticas de Estado de cara a los desafíos presentes y futuros.
Como uno de los impactos de las políticas agrarias implementadas con fines de poblamiento del territorio, cabe destacar que hasta el año 1914, de un total de más de 6,5 millones de inmigrantes solo se incorporaron definitivamente al país 3,5 millones, o sea algo más de 50 %. La propiedad de la superficie susceptible de ser incorporada a la producción por inmigrantes estaba ya muy concentrada, y los tenedores de ella actuaban especulativamente, por lo que a los inmigrantes les quedaba reservado el trabajo de productores bajo formas de tenencia “no propietario” (arrendatario, aparcero, mediero, etc.), que resultaron muy poco atractivas, motivando en pocos años el retorno de inmigrantes a sus países de origen.
En 1960, 52 % de la superficie total agropecuaria, estaba distribuida entre el 8 % del total de las explotaciones (EAPs), respectivamente censadas, cuya escala de extensión según superficie correspondía a las explotaciones de más de 1.000 hectáreas.
En 1969, dichos valores fueron los siguientes: 6 % de las explotaciones concentraban 72 % de la superficie; en 1988 la desaparición de más de 80.000 establecimientos de menos de 500 hectáreas de superficie y el aumento de los de más de 500 hectáreas, dieron lugar a que 7,3 % de las EAPS concentraron alrededor del 75 % de la superficie; y en el año 2002 por igual ocurrencia el 10 % de las EAPs concentraron 78 % de la superficie total censada. La concentración indiscriminada y rapaz de la tierra más rentable y productiva en un puñado de familias define el rasgo estructural de nuestra formación nacional dependiente.
En 1950, bajo la presidencia del General Juan D. Perón, se sancionó la Ley Nº 13.995, estableciendo en su art. 1º que el Ministerio de Agricultura de la Nación promoverá el cumplimiento de la función social de la tierra fiscal, disponiendo que ésta no debe constituir un bien de renta sino un instrumento de trabajo. Por otra parte, disponía que la tierra fiscal a concesionar sería previamente subdividida en unidades económicas, y que el productor tenía que residir en ella y trabajarla personalmente. Además, determinó que las sociedades anónimas y otras con fines de lucro no podrían ser concesionarias de tierra fiscal.
En el año 1954 se dictó la Ley Nº 14.392, de Colonización por el Banco de la Nación Argentina. En ella se reafirmó el concepto de la función social de la propiedad. La aplicación de esta ley tuvo corta vigencia, ya que la dictadura militar autotitulada “Revolución Libertadora”, mediante el Decreto-Ley Nº 14.577/56 y el Decreto-Ley Nº 2.964/58, derogó la Ley Nº 14.392, estableciendo un nuevo régimen para la tierra fiscal. En la práctica, implicaba en sus efectos la liquidación de la tierra fiscal en beneficio de los grandes propietarios rentísticos.
Las políticas agrarias implementadas por los sucesivos gobiernos hasta el presente, tanto bajo los gobiernos constitucionales como de facto, exceptuando un breve lapso del primer quinquenio de los años ’70, contribuyeron aún más a acentuar el proceso de concentración de la tierra y la producción. El incremento de la superficie bajo la forma de tenencia “arrendamiento” contribuyó en las dos últimas décadas a consolidar dicho proceso (entre 1988 y 2002 la superficie cedida mediante esta forma de tenencia aumentó 64 %), disfrazando el hecho de que buena parte de la superficie arrendada a capitalistas del agro proviene de fundos pequeños y medianos, y que el principal y en parte casi excluyente cultivo para el cual fueron arrendadas es el de soja. Sin duda alguna, la realización de un nuevo y metodológicamente correcto CNA mostraría una agudización aún mayor en dicho proceso.
Además, donde se realizan los cultivos intensivos de soja y otros de interés para la producción de agrocombustibles, se produce un incremento de la expulsión de población, así como de la contaminación de las aguas superficiales y subterráneas, suelos y aire, con sensibles pérdidas de vidas humanas y de salud en general, así como de sensibles pérdidas de biodiversidad en los ecosistemas intervenidos.
En síntesis; el proceso interno de formación, construcción y ocupación de nuestra frontera interior no está consumado, acaso apenas iniciado al calor de los intereses de una minoría oligárquica rapaz, mezquina y concupiscente. Subsisten muchos y anchos espacios vacíos sometidos a prácticas feudales de dominio improductivas, una enorme debilidad estratégica, en poder todavía de la geografía estática y silente. Mientras los viejos países y continentes han agotado ya el proceso de formación interna de su frontera saturando hasta el exceso el territorio propio, subsisten aquí dilatados baldíos expectantes, abiertos y propuestos a la empresa humana.
La historia se nos presenta como un inmenso paisaje futuro por ocupar…con mejores ojos para ver la Patria.