Y el pueblo hizo tronar el escarmiento… una vez más
“Cuando los pueblos agotan su paciencia, hacen tronar el escarmiento.”
-Juan Domingo Perón
Cuando Perón dijo “mi único heredero es el pueblo” decía que su legado y las ideas del peronismo no dependían de una sola persona o de una élite, sino del pueblo argentino en su conjunto. Que de la participación popular dependía la continuidad del movimiento peronista como herramienta de transformación de nuestra Patria para hacerla Justa, Libre y Soberana. Y alertaba sobre los dirigentes que pretenderían apropiarse del movimiento peronista para ponerlo al servicio de sus intereses y de los intereses espurios que puedan representar.
Perón creía firmemente que el verdadero poder y la fuerza del peronismo residían en el pueblo, en su capacidad para organizarse, luchar por sus derechos y mantener vivos los principios de justicia social, independencia económica y soberanía política. Al declarar que el pueblo era su único heredero, Perón estaba asegurando que su visión y sus ideales seguirían vivos y vigentes a través de la acción colectiva de los argentinos. Y no al servicio de la ambición de nadie.
Para esto había que alentar la organización popular, consolidar e institucionalizar el movimiento y proponerle al pueblo un camino de liberación nacional y social.
El peronismo en el 73 convocaba al pueblo a votarlo para gobernar este país desde el Frente Justicialista de Liberación (FreJuLi) que explícitamente proponía la lucha por la independencia económica y política de Argentina, buscando liberarse de la influencia extranjera y de las políticas económicas que expoliaban el país y empobrecían a la nación. Y pretendía, para todos los habitantes, una sociedad basada en la justicia social a partir del desarrollo industrial y la creación de empleo digno, del mejoramiento de las condiciones laborales, del aumento de los salarios, de la ampliación del consumo, fortaleciendo el mercado interno. Y poner el Estado al servicio del pueblo, garantizando el acceso a servicios esenciales, como educación y salud públicas, universales y gratuitas. La muerte de Perón dejó sin conductor a este proceso y se desnaturalizó.
La dictadura militar, autodenominada Proceso de Reorganización Nacional, desde su inicio estaba destinada a “reorganizar” el país para demoler las bases del Estado de Bienestar que aun subsistían de aquella formidable construcción que realizaron Perón y Evita durante el primero y segundo gobierno, en un nuevo intento de restauración oligárquica.
La necesidad de domesticar a la Argentina y sumirla en la dependencia más profunda de su historia requería quebrar la voluntad independentista de su Pueblo destruyendo su organización y su conciencia.
La dictadura militar inició el proceso asesinando a la dirigencia del Campo Nacional y Popular y comenzando una transformación estructural económica y cultural que consolidaba la más injusta distribución de la riqueza y la visión de que no había otra alternativa.
Una de las tareas pendientes de la dictadura fue terminar de demoler la gigantesca construcción política del General Perón: el Movimiento Peronista.
Había que fragmentarlo, vaciarlo de mística, sentido y contenido revolucionario. Había que hacer desaparecer el Movimiento para que permanezca solo el Partido Justicialista, de esta forma el Peronismo dejaba de ser revolucionario para ser solo una expresión liberal más, sin ninguna diferencia de fondo con los demás partidos políticos del sistema.
(Documento fundacional del MPA 7 y 8 de septiembre de 2002)
La democracia, que ya lleva 40 años sin interrupciones, fue fruto de la lucha de los trabajadores, las Madres de Plaza de Mayo y la voluntad de cambio de la gran mayoría del pueblo, pero también de un reacomodamiento del imperialismo de sus estrategias de dominación con los países de su “patio trasero”. Cambiar dictaduras, cada vez más impopulares y resistidas, por democracias más o menos condicionadas. Con algunos países «ejemplares», como Chile, donde el dictador fue designado Senador Vitalicio, o la de Uruguay, en donde se sometió a consulta popular si se debían juzgar los delitos de lesa humanidad y gano la posición de no juzgar. En nuestro país se consiguió una democracia formal, de baja intensidad, en donde el Pueblo no delibera ni gobierna ni siquiera a través de sus representantes. Una democracia de partidos políticos condicionados, limitados, timoratos, sin participación ni organización popular liberadora. Una democracia en la que no se come, no se cura y no se educa. Excluyendo a las mayorías populares. La política de masas, con alto grado de conciencia y participación dejó paso a una política propia de la “clase política”. Un oficio, generalmente muy redituable o mercantilizado.
Por no saber, por no poder, por no querer o por no animarse, la dirigencia política que gobernó nuestro país desde el retorno a la democracia no le dio respuestas a las demandas centrales y ancestrales de nuestro pueblo: vida plena, vida digna, lo que implica enfrentar a los poderes que acaparan y concentran la riqueza y distribuirla para eliminar la pobreza.
Esta impotencia puso en crisis a los movimientos nacionales y populares que involucionaron por dos caminos: la política como oficio y el pragmatismo, acordando electoralmente con cualquiera, sin priorizar la Patria ni el proyecto y mucho menos el pueblo; o el progresismo liberal intrascendente respecto de las condiciones objetivas de injusticia social.
“Las cosas no ocurren ni por fatalismo, ni por casualidad, ni por voluntarismo. Ocurren porque alguien piensa, alguien tiene más poder que otro y dice «vamos a hacer esto». La generación del 80, aquí, delineó un modo de país, una forma. De la misma manera los movimientos nacionales y populares revirtieron las características de la generación del 80 y delinearon un país, enriqueciéndolo y dándole bienestar al pueblo. También los movimientos nacionales y populares entraron en crisis y estamos en una nueva etapa y tenemos que rediscutir todo.”
Germán Abdala (a 31 años de su muerte 13/07/1993)
En esta crisis de representatividad de los movimientos nacionales y populares, el pueblo le dio la espalda a la propuesta del espacio que expresaba el peronismo de la época, quizás el mejor desde el regreso de la democracia, pero impotente para realizar la justicia social, la independencia económica y la soberanía política. Con mucho de oficio, mercantilización y réditos personales.
Decíamos que los pueblos no se equivocan y también que los pueblos no se suicidan. Más de una vez tuvimos dudas sobre la veracidad de estas expresiones, pero ¿se equivocaron o era su forma de hacer tronar el escarmiento a aquellos que hicieron de la política su modo de vida y no la herramienta para mejorar la vida de todo el pueblo? Y que no se suiciden no quiere decir que a veces puedan pegarse un tiro en el pie.
Hoy estamos en una nueva etapa y tenemos que rediscutir todo. No hay referencias totalizadoras, debemos construirlas. Pero exige de nosotros una fuerte autocrítica. La realidad que hoy vivimos (otro nuevo intento de restauración oligárquica) es fruto de errores, omisiones, complicidades, temores y traiciones de la clase política que se autopercibe como nacional y popular. También es fruto de los modos de hacer política, desde los escritorios, los conciliábulos, definiendo representaciones a dedo o por herencia, creyendo que la organización popular pasa por la gestión de planes sociales, desconociendo o ninguneando las organizaciones libres del pueblo que florecen y se marchitan en los territorios espontáneamente.
Es una etapa de esperanza. Hoy se está pariendo un mundo multipolar y se está desmoronando el imperio único. Las experiencias como la Milei van a contrapelo de la realidad mundial camino a estallar estrepitosamente: es solo cuestión de tiempo. Tiempo que se acorta en la medida de que nos organizamos y le proponemos al pueblo una nueva gesta patriótica. Construir la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación. Para lo cual debemos saber que tenemos enfrente a los mismos enemigos de siempre, ahora transnacionalizado y con más poder. Prepararnos para gobernar es prepararnos para esa batalla desde el primer día. Ese día enviamos al congreso la Ley Bases del Peronismo y firmamos el DNU peronista. La Cámara de Diputados de la Nación y la mayoría del arco político y los gobernadores, por acción u omisión, permitieron que se consolide el DNU 70/23, que es una reforma constitucional de hecho. Con el DNU peronista debemos hacer nuestra reforma constitucional de hecho, para garantizar los derechos de los trabajadores, de la niñez, de la ancianidad, de las mujeres y las minorías, de los pueblos originarios, reformar la ley de entidades financieras para poner el ahorro al servicio de la producción y el trabajo, reformar la ley de minería para que los recursos naturales estén al servicio del desarrollo y no se lo lleven dejando sólo tierra y agua arrasadas, y un larguísimo etcétera.
Como parte de esa esperanza se ve a la militancia reagrupándose, buscándose, tratando de salir de los esquemas consignistas y empezando a discutir la política. También se ve a jóvenes y viejos dirigentes expresando públicamente la necesidad de recuperar la política como instrumento de transformación para mejorar la vida de todos los argentinos, no sólo de algunos.
Sigamos construyendo. Parafraseado a San Francisco de Asís: hagamos lo necesario, luego lo que es posible que, de pronto, estaremos haciendo lo que parecía imposible.
Imagen: «La conversación», Daniel Santoro, 2008.